viernes, 19 de septiembre de 2008

Limpieza

Hoy volvió a visitarme. Viene a veces, cuando menos lo espero pero más lo necesito. Vino cargado con todas sus herramientas, y como cada vez que aparece, yo me fui. Me esparcí y me desparramé. Abandone y me dispersé sabedor de que mi presencia sólo entorpecería su trabajo. Él, en un silencio atento, examinó el recinto. Y suspiró.

Yo divagaba por las calles. Sin rumbo. Sin atención. Recorría mil baldosas sin, ni por un momento, reparar en nada de todo aquello que me rodeaba. Mientras tanto, el abría su maleta y levemente empezava a recorrer todas las estancias. De un plumazo, hizo desaparecer un puñado de nervios polvorientos. Poco después, recorrió con su fregona el suelo plagado de mugrientos recuerdos. Las distracciones, los miedos, los arranco con esmero de cada unos de los pliegues de las grises paredes. Abrió las ventanas, y un escalofrío circuló a todo tren despertándome de mi caminar despistado. Limpió cada rincón, dejando exclusivamente aquello que me fuera a ser necesario. Sólo aquello que me pudiese ayudar a permanecer en el camino, luchando por lo que siempre he querido. Derrotado, cansado de barrer cúmulos de dudas. Hastiado de fregar millones de prejuicios y temores. Satisfecho porqué una vez más había hecho bien su trabajo. Se fue. Y en el momento que cerró la puerta, mi particular recorrido nómada se desvaneció. Volví. Justo a tiempo para contemplar el espacio inmaculado, mis objetivos claramente identificados. A tiempo de observar un habitáculo del que se había borrado todo aquello innecesario. A tiempo de divisar una nota que me había dejado: No dejes que lo superfluo te impida ver el camino. Una nota clavada allí dónde fuera visible. Entre la médula espinal y el hipotálamo.