jueves, 3 de julio de 2008

La deserción de los fieles




El otro día esperaba mi turno para canjear como cada mañana mi euro por un ejemplar de la prensa y asistí involuntariamente a una confesión. Si, confesión. En los quioscos de barrio, a menudo se crea un vínculo entre quiosquero y cliente que va mucho más allá de la mera transacción. El quiosco puede ser el lugar que esconde pequeños tesoros en formato de diminuto cromo de Panini, más tarde provoca despertares onanísticos, e incluso nos acaba llevando a la creación de la ideología cafetera. El otro día, el quiosco se convirtió también en lugar de deserciones. Si, el quiosco pasó a ser un lugar impregnado con el más seco aroma del desertor. No de un desertor cualquiera, sino del que hasta el momento, siempre había sido el más fiel. De desertores el mundo está lleno. Antes, desertar se limitaba a renunciar (con pretextos de todo tipo) al calen bayoneta, firmes y ar!, con el pasodel tiempo el ejército fue perdiendo peso, y uno desertaba de muchas otras cosas. A lo largo de una carrera universitaria muchos son los que desertan a medio camino, renunciando al objetivo marcado al principio y dejando a un lado los ideales (más o menos sólidos) que hasta allí les llevaron. Las aficiones de clubes deportivos suelen estar plagadas de desertores también, sobre todo cuando los éxitos i la miel del triunfo brillan por su ausencia. Incluso Ronaldinho parece haber desertado de si mismo y aparece convertido en una mala caricatura del jugador que un día fue.

Dejar de luchar por un objetivo, renunciar a un ideal, corre el peligro de ser relacionado con la cobardía rápidamente. Puede ser. Pero no ha lugar a la cobardía cuando los que desertan son los más fieles. Aquellos que lo han dado todo, que han luchado, han depositado su plena confianza y que han perseguido su ideal, apoyado a su equipo, a su proyecto, hasta el final. Son aquellos con los que sólo pueden las grandes catástrofes, como los años más oscuros del nuñismo o la caída en picado del ídolo más querido

Pues el otro día, mientras aguardaba mi turno en el quiosco, un hombre delante de mí, en un acto de respeto a si mismo, desertó. Entrego su cupón de suscritor de El Periódico, recogió su ejemplar, lo blandió en dos movimientos lentos en el aire y, resignado, le confesó a la quiosquera, “este año es el último, no pienso renovar la suscripción nunca más. Hay días que ya ni vengo a buscarlo, creo que se están dejando llevar por el sensacionalismo y dejando de lado el trabajo periodístico.”

Y cabizbajo, se giró y se fue.

Le contemple alejarse, llevando entre sus brazos una portada en blanco, con una receta de cierto cocinero polémico a toda página, como si nada más hubiese sucedido en el mundo.

¡Ay! Cuanta tristeza, que no cobardía, hay en las deserciones cuando los que desertan son los más fieles.

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